Me encantan los pequeños rituales y él tenía uno muy particular. Antes de clase pasaba por mi pequeña oficina, en la que hay un grifo de agua para servirse un vaso, y robaba un caramelo. Se pensaba que no me daba cuenta, porque yo estaba de espaldas y siempre me saludaba después de haber cogido el caramelo. El último día de clase organicé mi espacio, recogiendo para las futuras vacaciones, ordenando el caos propio de días de trabajo intenso. Miré el vaso donde el primer día de semestre dejé los caramelos y sólo quedaba uno. Pensé en él instantáneamente, y cuando llegó lo llamé y le di a escondidas el último caramelo.
La última vez que los vi llovía. Eran casi las 5 de la madrugada y estábamos en la puerta de una discoteca. Le di un abrazo a cada uno de ellos mientras contenía las lágrimas emocionada por sus agradecimientos y cariño. Pero no dejaban de mirarme, no querían que me fuera pero prolongar la despedida sólo prolongaba mi tristeza. Los abracé a todos por última vez, uno a uno. El último abrazo fue para aquel estudiante de Harvard algo tímido que siempre cogía un vaso de agua y un caramelo, todos los días. Cuando le deseé suerte y me aparté para irme el sacó de su bolsillo aquel último caramelo.
1 comentario:
Me alegro verte por aqui de nuevo. Bonita entrada.
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